Cae la tarde sobre la ciudad, un manto rojizo la inunda y me hallo sentado tomándome un café con un par de amistades en uno de mis sitios favoritos. Luego del trabajo es momento para departir y quizás para bromear, a mi alrededor la gente ríe, conversa sobre lo acontecido en el día. Yo sacudo mi cabeza al darme cuenta que la última vez que estuve aquí fue con ella –la autora de la tusa- pues cerca queda una tienda donde aquella vez compramos regalos de navidad; recuerdo haber comprado unos audífonos que en mi forzado partir olvide –juro que sin intención- en su apto. Figuró comprar otros.
Ya son varios días sin contacto alguno, sin mensajes de texto, sin llamadas y sin ínbox, confieso que me está dando duro la situación, al menos anoche me reuní hasta la madrugada con un amigo que está pasando una situación similar. Estimado lector, Ud. no se imagina el alud de recuerdos que me llueven ante cualquier situación pequeña que pueda estar relacionada a un color, instante, olor, palabra, o situación con ella; es como si se quisiera eliminar el chip que le hace a uno pensar en la otra persona y reemplazarlo por uno alegre, uno con energía (¿entusiasmo?), uno que no duela.
Pero no todo puede ser malo: los rollitos de canela fueron un masaje en mi paladar (no voy a decir la marca, ellos no me pagan la cuña), el café estaba en su punto y la compañía y conversa resultó muy agradable; “normalmente cuando uno es bueno, uno busca que lo perjudiquen”, se concluyó. Así que regreso a casa un poco más tranquilo; pero déjeme decirle que de las peores cosas que me pueden suceder en esta tusa es que en el televisor solo salen los canales nacionales y aunque soy de la clase media colombiana, no resisto ese letargo lleno de novelas y noticieros resumidos en muertos, goles y tetas.
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