Ella yace quieta sobre el piso, esperando ser usada. Son las 4:00am y la luna brilla, la baña con una tenue luz, ella se siente atraída por su belleza.
Ya son las 4:05am y siente sobre sus hilos las ásperas manos de su dueño y la invade un recuerdo de su primero: un joven pescador novato en el oficio, quien la trataba como a una reina, le hablaba, le consentía, le reparaba cuando en su ardua labor se le maltrataban las costuras. Pero el frío de la madrugada la hizo despertar, ya no estaba con él, ahora navegaba sobre un río de aguas ya no tan vírgenes rumbo al foso oscuro donde se refugian los peces jóvenes.
Momentos después es lanzada al espeso aire para sentir las ansias que no controla –ni busca hacerlo- de caer sobre la fría agua que diariamente la espera sin la menor muestra de desagrado. De nuevo es encandilada por la luz de la luna, las ansias crecen con la rapidez que crecen las mariposas en el estomago de un adolescente enamorado, y va cayendo hacia su éxtasis; y al fin, el agua empapa sus desgastados hilos y al chocar con su superficie emite el mismo sonido que emiten las flechas de Cupido al cortar el viento: un clímax afortunadamente repetible.
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